Hubo un tiempo en que todos llevábamos en nuestras carteras algún que otro DNI o pasaporte en el que por las prisas lucíamos fotos de fotomatón. No siempre quedaban como uno pretendía, pero a veces te deparaban gratas sorpresas. ¿Te acuerdas de aquellos tiempos?
Siempre estaban estratégicamente ubicados al lado de una delegación de la Policía Nacional o en el interior de un consulado para asistir al despistado de turno que había acudido sin las fotos pertinentes o que le faltaba alguna para el trámite. ¡Qué tiempos aquellos! Ahí estaba siempre un oportuno fotomatón para solucionar el desaguisado.
Lo cierto es que los primeros fotomatones aparecieron en la metrópoli por excelencia en 1925. Sí, Nueva York.
También tenían su clientela en los centros comerciales donde el chavalerío y los pandas de amigos de cualquier edad entraban a hacerse una simpática foto de grupo. No obstante, llegaron los móviles con una cámara acoplada y aquel idilio con el fotomatón se acabó.
Tras años de olvido y de agonizar en las calles donde apenas una o dos personas entraban a lo largo del día, algún avispado –no podemos concretar quién– se percató de que los fotomatones tenían muchas posibilidades en eventos como bodas o comuniones, entre otros.
Por lo tanto, al lado de ese señor que corta jamón de bellota como un descosido para deleite de los asistentes que devoran los platos, encontramos la típica cabina de fotomatón preparada para que los invitados suelten unas risas en su interior.
Va de sobra preparada: atrezzo para caracterizar a los asistentes e instantáneas en color o en un nostálgico blanco y negro. Y si surgen problemas, don’t worry, pues hay un técnico desplazado por la empresa responsable del alquiler que se ocupa de soluicionar todas las contingencias.
Por supuesto, no faltan las fotos de los móviles de los invitados, pero el fotomatón tiene su público y parece que no hay boda sin arroz, pero tampoco sin el alquiler de un fotomatón.